¿MOTIVAR
O ATORMENTAR?
En
la etapa escolar la motivación juega un papel preponderante. Una buena motivación
desde el hogar funciona como un anticuerpo poderoso contra todo germen, contra
toda adversidad. Los chicos que fueron motivados con acierto, se animan a
extender sus posibilidades sin reparos. Gozan de la curiosidad y gozan en el
descubrimiento; muestran mayor tolerancia a las demoras.
Los otros, sienten temor a equivocarse, desarrollan personalidades
inseguras, tienen poca resistencia al fracaso, y se quedan a medio camino. No
desarrollan su potencial, disfrutan menos.
En
términos ideales, el hogar es ese lugar de privilegio, ese espacio cálido y
tranquilo donde la motivación, el sano interés nunca están ausentes. Los
mayores, munidos con experiencias de vida, son los principales motivadores, los
que transmiten enseñanzas. Los menores, lo son con su calidez y su ternura.
Cuando
los mayores comienzan a distinguir en
sus ansiedades, en sus conductas despreciativas, en sus observaciones, la
diferencia abismal que existe entre la motivación efectiva que agrega seguridad
a la joven personalidad, y las comparaciones tóxicas que generan una terrible
inseguridad, entonces las cosas cambian para bien de todos. Los padres quedan
liberados de una tremenda carga, de miedos y de angustias innecesarios. Empiezan
a ensayar las maneras efectivas de acompañar el crecimiento y descubren que el
desarrollo del hijo no necesariamente debe sumirlos en ninguna clase de
competencia destructiva. Sin rodeos, una indagación adecuada permite superar
esa suerte de amenaza en quienes perciben en el crecimiento del hijo el final de
su existencia, o de sus años productivos. O, de quienes creen que el éxito del
hijo supone su fracaso. Un
entrenamiento adecuado respecto de las dinámicas emocionales, un entrenamiento
que les permite conectar con sus prejuicios y su manera de pensar consigue
finalmente que cada cual ocupe su lugar distintivo en el hogar. Con ello se
ahorran decepciones y los caminos personales se transitan de manera más fluida.
No
podemos enfatizar lo suficiente la importancia de relacionarse de un modo fructífero
con en ese vasto mundo interior en un espacio que brinde confianza, seguridad;
que resulte ventajoso, revelador. El mundo
interior de las personas de cualquier edad está poblado de figuras, recuerdos,
lugares, miradas, voces. Ellos tienen participación activa en cada acto; un
recuerdo, una voz entra sin pedir permiso en el momento menos pensado; y produce
un efecto. La mirada del padre, o su voz, queda grabada a fuego en la conciencia
del niño y puede tener un efecto estimulante, iluminador como todo lo
contrario: puede resultar su principal factor limitante, devastador.
Los
beneficios de trabajar este espacio interior en protegida intimidad, que le
permita al padre distinguir en sí mismo la expresión de sus celos, sus miedos,
sus aversiones; un espacio seguro para relacionarse con sus odios y sus
asignaturas pendientes y que proporcione la guía para mejorar tiene efectos
sedantes, tranquilizantes pero fundamentalmente, resulta inspirador,
esperanzador: infinitamente más productivo y efectivo que algunas infructuosas
conversaciones que se entablan cada noche con la almohada.
Para todos sus integrantes se espera del hogar que resulte tanto el punto
de partida, como el espacio donde centrarse y re-acomodarse después de las
presiones cotidianas. Los vínculos se abrillantan, se suavizan y se tornan más
sólidos y confiables mediante las mejoras necesarias efectuadas en el mundo
interior primero.
En
una buena relación con la interioridad, el padre que aprende de sus debilidades
y flaquezas, madura, crece. Transmite este estupendo aprendizaje: aprende, a su
vez, a otorgar a las dificultades y a las debilidades de su hijo su verdadero
valor e importancia en su camino
de crecimiento, logra ofrecerle una educación de más alto nivel; con aristas
ventajosas. Ese tipo de educación que tolera el error, alienta a observar las
debilidades con intención y sin horrorizarse. Solo observándolas de un modo
desapegado es posible revertirlas, incluso convertirlas en fortalezas de la
personalidad. Enseñar a valorar los fracasos como pasos a menudo necesarios;
como vía de aprendizaje humanístico es muchas veces tarea de los padres; un
tipo de lección que muchos se deben a sí mismos primero.
Emociones
limitantes como la envida, la desconfianza, la inseguridad, los miedos
enfermizos, las fobias, son producciones culturales. Pesos pesados que nadie
merece cargar. No las vemos, pero no podemos negar su poder desestabilizante.
Llegan a experimentarse hasta extremos dolorosos que se pueden evitar con solo
aplicar adecuadamente el razonamiento. Una pregunta a tiempo puede más que mil
aseveraciones.
El
aprendizaje emocional básico y preventivo, ofrece todas las preguntas y ninguna
respuesta. Impulsa a reflexionar, a aplicar el sentido común, a ver el pasado
como referente, y el futuro como meta posible. Pone al presente en el centro de
operaciones. Desde esta perspectiva se entiende mejor que la saludable observación
de las emociones no requiere estudios especializados. Es esa magnífica
asignatura que todavía brilla por su ausencia en muchos hogares. Su tremenda
importancia no debería minimizarse. La mente juvenil, capacitada para absorber
las nociones básicas de anatomía, recibirá una formación más completa y se
verá grandemente favorecida cuando se le incluyan en su formación las nociones
básicas sobre las emociones y su dinámica, pues ellas también nos constituyen
como seres humanos. Siempre resultó mejor
prevenir que curar. Pero ni los remedios, ni vacunas resultan una medida
preventiva de una conducta inconveniente. Una educación emocional que contemple
tantas aristas de las capacidades humanas, los magníficos alcances del
lenguaje, la energía de una emoción y el poder del pensamiento estratégico
resulta una medida preventiva de excelencia.
Las
emociones son el motor generador de nuestras acciones; definen nuestra
personalidad y pueden marcar nuestro destino. En casa aprendemos a cultivar
valores y emociones que pueden ser positivas o negativas; todas con sus
consecuencias inevitables buenas o malas. El hogar es el caldo de cultivo de
sentimientos; aprendemos a valorar algunos, a despreciar otros. Este aprendizaje
es, en su mayor parte, subliminal. Miedos, rechazos, preferencias se transmiten
con la fuerza del sentimiento, la tradición y la costumbre. y no podemos
anticipar los beneficios de reconocer a tiempo lo que merece ser corregido, ni
aventurar exactamente el modo como las cosas progresarán cuando la gente común
aprenda a detectar los múltiples canales subliminales de transmisión y cultivo
de creencias y emociones limitantes, y consiga superarlos sin atravesar penosos
tratamientos y con independencia de otros.
Demasiado
sufrimiento en los hogares es consecuencia de la falta de información. De esta
falta de información básica surgen las dependencias, tratamientos complicados,
enrevesados. La mayoría larguísimos. Gracias a un entrenamiento adecuado, es
mucho lo que se puede ahorrar en dinero, penas y tiempo.
Una Educación Emocional acertada permite reconocer cuánto de bueno se
puede conseguir con la propia intervención. A tiempo aprenden los mayores que
su mirada o su voz puede ser factor iluminador tanto como devastador.
Acercar
a los padres las herramientas del lenguaje verbal y no verbal, como instrumentos
sanadores, motivadores, como base de la medicina preventiva y elemento
insustituible para el bienestar general es nuestro compromiso en esta
plataforma. Ayudarlos a transmitir la importancia de reconocer las debilidades
(en lugar de inhibirlas) para poder operar de modo positivo, interpretarlas como
paso fundamental para estimular el crecimiento saludable en el hijo, o como
factor que favorece el despliegue de la creatividad y el bienestar en la
familia.
Educar
plantea un apasionante desafío; un tipo de responsabilidad enaltecedora. No
sabemos en qué terminarán nuestros esfuerzos por dar formación completa
preservando la salud emocional. Esa que permite preguntar, hablar, investigar,
equivocarse, expresar los sentimientos con natural libertad, sin que ello
represente una amenaza o que resulte motivo de pudor.
Si se lo alienta al menos rudimentariamente, cualquier niño tiene
potencialmente todos los atributos, y hoy cuenta con fabulosos medios a su
disposición para hacer aportes magníficos al mundo y para construirse a sí
mismo un futuro estupendo. Esta observación debiera ser motivo de entusiasmo en
estos tiempos donde relacionarse con otros, el compartir conocimiento resulta
una actividad cotidiana; los canales de intercambio se extienden en mil
propuestas en Internet con miras a seguir extendiéndose. Sin embargo, crecen
los casos de hiperkinesis, ansiedad, déficit de atención, angustias y
somatizaciones de todo tipo. Los
beneficios de aprender a articular eficazmente los procesos de emoción,
pensamiento y acción, acrecienta el rendimiento general, favorece el estado de
seguridad y confianza; otorga mayor felicidad.
Sin duda, todo padre de esta era, reciba con entusiasmo las pautas para ofrecer
educación emocional y aprender esas técnicas auténticamente motivadoras para
aplicar en la crianza de sus hijos.
Existe
una diferencia abismal entre motivar y atormentar. Desbordados, contrariamente a
sus intereses, muchos padres terminan atormentando a sus hijos y en lugar de
significar un aporte, restan calidad al desempeño de sus hijos. No es por obra
de la casualidad el que, con un buen entrenamiento, se tome naturalmente por el
camino de la motivación estratégica. Gracias a un buen entrenamiento, el
tormento se detiene. Pero no se detiene porque sea algo malo, se detiene como
consecuencia de un progreso en los conceptos. De haber superado algún
prejuicio, de haber calmado algún miedo, o de haber corregido alguna creencia
inconveniente. En casa, el entusiasmo crece al compás de los logros
insospechados que se van obteniendo por los propios medios.
La
educación emocional es fuente de magnificas revelaciones. Los padres
bienintencionados, que honestamente desean el bien para sus hijos se sorprenden
al descubrir los distintos modos como sin proponérselos estuvieron transmitiéndoles
sus miedos, sus celos e inseguridades. No
debe minimizarse la importancia para estos padres al descubrir a tiempo que
basta una actitud para orientar al hijo a dudar de sí mismo; a desviarse de su
camino, a sofocar sus aptitudes.