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El valor de la vida propia
Por Sergio Sinay
Señor Sinay:
¿Qué comentario le merecen los hijos de famosos que escriben libros
justificando su destino marcado por la personalidad del padre que los sacrificó
en pos de su carrera? Han aparecido aquí varios libros que muestran una serie
de "víctimas". También en otra latitudes, como la nieta de Picasso
condenándolo porque los hacía venir los sábados para recibir la manutención
semanal. Si no les gustaba eso podrían bien no haberse humillado todos los sábados
he ido a ganársela solos. Personalmente creo que somos obreros de nuestro
propio destino. Si bien Balzac dijo que todos somos obreros de un destino
oculto, probablemente se refería a la personalidad que cada uno tiene marcándole
el camino, personalidad que a veces desconocemos.
Tamara Perez
Minino de Cheshire, ¿podría decirme, por favor, qué
camino debo tomar desde aquí?", le pregunta Alicia al gato que siempre
sonríe, en un momento de sus aventuras en el País de las Maravillas. "Eso
depende en gran medida de adónde quieras llegar", responde el gato.
"No me preocupa mucho adónde", dice la
chica, urgida por salir.
"En ese caso, poco importa el camino que
tomes", replica el felino.
Aunque se lo ha considerado un relato para niños,
Alicia en el País de las Maravillas, obra de Lewis Carroll (seudónimo del diácono
Charles Lutwidge Dodgson, que vivió entre 1832 y 1898 en Inglaterra), es una
deslumbrante metáfora sobre la búsqueda de la identidad y sobre las múltiples
realidades que subyacen tras lo aparente. Este episodio entre Alicia y el Gato
de Cheshire puede responder a nuestra amiga Tamara. Si no se sabe adónde ir, es
muy fácil llegar a ninguna parte o, peor aún, echarle la culpa al camino o a
quien nos lo indicó. Los testimonios en los cuales hijos, nietos, cónyuges,
amigos, socios, amantes y demás personas vinculadas a individuos conocidos
descargan sobre éstos las frustraciones por su destino son un buen ejemplo.
El filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre (1905-1980) decía:
"Lo importante no es la vida que me han dado, sino lo que hago con la vida
que me han dado". Nos devolvía así a un lugar inevitable para quienes
aspiran a vivir una vida con sentido y con valores: el de la responsabilidad. El
destino no es más que el encadenamiento de las consecuencias de nuestras
acciones y de cómo hemos actuado ante esas consecuencias. No está escrito de
antemano, entonces, sino que se descubre a medida que se vive. No siempre
elegimos las condiciones y circunstancias en las que actuamos, pero sí lo que
hacemos. No elegir es un modo de elegir. Culpar a otros también lo es.
Igualmente, dejar (por negligencia, por pereza, por manipulación, por temor)
que otros decidan lo que nos atañe.
En las confesiones públicas a las que alude Tamara (que se producen con tanta
impudicia y que se consumen con tanto morbo) quizá lo más sorprendente sea que
esa procacidad sorprende. ¿Por qué un famoso debería ser una persona
ejemplar, un modelo de valores, un dechado de sentido existencial? Cuando
creemos que un famoso es un referente aunque desconozcamos su verdad más
profunda e intransferible, estamos eligiendo no hacernos cargo de nuestras
elecciones y nuestros modelos. Si nos identificamos con los famosos porque son
famosos, si creemos en cada una de sus palabras sólo porque ellos las dicen, si
no los cuestionamos porque eso nos marginaría, si ante ellos no discernimos,
somos parte de una perversión que la ensayista Elisabeth Roudinesco describe
con agudeza en su reciente Nuestro lado oscuro. Roudinesco habla del
"espectáculo posmoderno de la autoexhibición" y llama perversa a una
sociedad que necesita fagocitar permanentemente las entrañas del otro (cuanto más
famoso, mejor) para alimentar su propio vacío. Si para existir debo exhibir mis
miserias, ¿cuál es el sentido de mi vida? Si tengo tanto tiempo y energía
para consumir las infelicidades que otro exhibe sin recato, ¿no será que no
tengo nada de peso y trascendencia en mi propia vida o que temo asomarme a mis
propias cuestiones no resueltas? Quienes viven vidas con sentido no las ponen en
vidrieras, no existen a partir de sus lacras, sino de sus logros. En este
sentido, el mundo está lleno de exitosos felices y anónimos. Viven. Por lo
tanto, no tienen tiempo de ostentarse en pantallas fugaces o en páginas volátiles.
También hay miles de personas que no necesitan vivir de los desechos íntimos
de otras. Tienen una existencia emocional autosustentada. A unos y a otros no
los sorprenderá el destino ni buscarán culpables para el mismo. Y sus memorias
perdurarán aun sin ser escritas.
Fuente: LNR. Revista La Nación. Domingo 13 de setiembre de 2009
https://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1173542
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